Para abordar el tema de la inclusión social, es necesario definir previamente las nociones de exclusión social y de vulnerabilidad que llevan a repensar los patrones sociales en Argentina.

La exclusión social, a diferencia de la pobreza, no se define solamente en términos económicos de satisfacción de las necesidades básicas sino de un tipo más amplio de participación en la sociedad. La pérdida de integración o de participación del individuo en la sociedad puede ser las consecuencias de múltiples factores: económico (en la producción o en el consumo), político (protección social, educación, entre otros) o social-relacional (estigmatizaciones sociales como la edad, la discapacidad, o la orientación sexual).

La vulnerabilidad social se caracteriza por una fragilidad material o moral a la cual está expuesto un individuo o una sociedad que lo lleva a una situación de riesgo que podría llevarlo a la exclusión social.

En Argentina, solo un tercio de la población activa tiene un trabajo formal, enmarcado en una fuerte desigualdad en las oportunidades de empleo y en el progreso socio-económico según la ubicación geográfica. Esto significa que casi 10 millones de personas sufren problemas de empleo en los centros urbanos -desocupación, trabajo indigente, empleo precario o subempleo- generando patrones de marginalidad, que se reflejan hoy en la segunda o tercera generación de argentinos sin accesibilidad a oportunidades laborales.

Los programas sociales de apoyo económico, como la Asignación Universal por Hijo, permiten estabilizar o hasta reducir en ciertas provincias la cantidad de hogares en situación de indigencia. Sin embargo, no solucionan el problema real de creciente desocupación que llevan a la disminución en las capacidades de consumo y en consecuencia a la situación de pobreza. Entre 2011 y 2012, a pesar de que más hogares se vieron beneficiados por los programas sociales (de 21,5% a 23,5%), la situación de pobreza fue más importante tanto a nivel individual como familiar (aumentando respectivamente de 1,5 y 2,2 puntos).

En vez de considerar sistemas asistencialistas para disminuir la pobreza, varias instituciones buscan generar empleo para las poblaciones vulnerables. Inicialmente se trató de emprendimientos vecinales asociativos, cooperativas de trabajo que recuperen empresas o fundaciones cuya misión es la inserción de personas excluidas a través del aprendizaje de una profesión y la integración profesional en la sociedad. En el país, se puede nombrar por ejemplo a Fundación Discar, Fundación Impulsar o a la organización social IDEL.

Más recientemente, empezaron a surgir un nuevo modelo social a través de empresas donde el fin social prevalece sobre el lucro individual. Convencidas de que la inserción en la sociedad pasa ante todo por la inserción en la vida económica, la empresa de inserción se basa en los mismos imperativos de calidad y obligaciones fiscales que una empresa tradicional. Sin embargo, la rentabilidad económica no se establece como un fin en sí sino como un medio para alcanzar los objetivos sociales. Así, proponen a personas marginalizadas un verdadero empleo que les permite cualificarse. Las empresas argentinas que apostaron por este modelo innovador son cada vez más numerosas y tienden a representar los nuevos patrones de la economía social.

En el Green Drinks BA de septiembre descubrirás tres de estas instituciones: Cascos Verdes, La Costurera y En Buenas Manos. Desde ya te invitamos a conocer más acerca de otras organizaciones como La Usina de inserción profesional de personas con discapacidad. Su fundadora, Beatriz Pellizari, participó como oradora en Green Drinks BA en Julio 2011, junto a Ashoka y Avina. Fue reconocida como una agente de cambio en la campaña Ashoka ChangemakeHERS.

El Taller los Naranjos es otra organización argentina destacable que busca insertar profesionalmente a adolescentes provenientes de familias de escasos recursos, a través del aprendizaje del oficio de alfarería, cuyos productos son luego vendidos en el mercado tradicional.

IMAGEN: https://stakeholders.com.pe/