Todo empezó a fines del año pasado, cuando en los noticieros comenzamos a escuchar sobre un virus nuevo, el COVID-19, que fue descubierto en China y se propagaba con una velocidad alarmante. El resto es conocido por todos: millones de contagiados en todo el mundo, más de 100 mil fallecidos y casi 70 países que han establecido la cuarentena total o parcial en sus regiones. Miles de millones de personas fueron forzadas a cambiar sus jornadas rutinarias por una actividad más conservadora, disminuyendo las salidas del hogar a lo mínimo indispensable e incorporando ciertos hábitos de higiene a los cuales muchos no estábamos acostumbrados.
Pero, por más irónico y polémico que parezca, esta pandemia trajo consigo “consecuencias positivas”. Debido a la cuarentena extrema, se ha provocado una fuerte caída en las emisiones de los gases de efecto invernadero. Según publicó Lauri Myllyvirta en el sitio especializado Carbon Brief, del Centro de Investigación en Energía y Aire Limpio (CREA), el cierre de las fábricas en China significó una reducción de 25% en sus emisiones de dióxido de carbono. Sólo ese porcentaje del gigante asiático se traduce en una caída de 6% en el número de emisiones del mundo.(1)
Esta mejora en el ambiente no excede a nuestro país. La Ciudad de Buenos Aires realizó su propio estudio y determinó que la calidad del aire mejoró un 50% en relación a números del mismo período (del 20 al 25 de marzo) de 2019. Esto se debe a la rotunda caída en el índice de congestión vehicular, el cual se encuentra en un 70% por debajo de los valores típicos de nuestra capital.(2)
Sin embargo, sería ingenuo pensar que esta tendencia hacia un aire más limpio se mantenga luego de la recesión global que está provocando el COVID-19. Lo más probable es que se produzca un efecto rebote una vez se reactiven las economías.
Con esto no estamos queriendo decir que parar todo sea la solución contra la crisis climática. Quienes hayan asistido a nuestro último encuentro habrán escuchado que el cambio climático está intrínsecamente vinculado al cambio social, por lo que una medida de emergencia que atente contra la economía de miles de familias de bajos recursos no puede ser considerada como una alternativa. Pero lo que sí podemos es reflexionar sobre este cambio de hábitos que nos vimos obligados a aceptar, y pensar seriamente si alguno de estos cambios podemos incorporarlos de manera permanente una vez que haya pasado la tormenta, no ya como una obligación sino como una elección consciente.
Por ejemplo, el aislamiento y la cuarentena hicieron que nos viéramos obligados a salir sólo a comprar lo necesario. Esto provocó que, por un lado, tuviéramos que comprar en los locales más cercanos a nuestro domicilio y, por otro, que redujéramos nuestro consumo empezando a darnos cuenta de cuáles eran las cosas que realmente necesitábamos frente a todo lo que consumíamos antes de toda esta situación.
Otro claro ejemplo es el home office o trabajo a distancia. Millones de personas en todo el planeta están desarrollando su labor desde sus casas para evitar las aglomeraciones en la vía pública. Lo que esto demuestra es que hay una cantidad considerable de tareas que se pueden llevar a cabo sin la necesidad de desplazarse hasta las empresas en vehículos que producen los gases que generan el cambio climático. Desde luego, todavía son mayoría los empleos que no pueden desarrollarse de esta manera, ya sea por el tipo de trabajo o por la falta de recursos de muchos trabajadores, pero las bases ya han sido establecidas a partir de esta pandemia, y no es utópico imaginar que algo así sea posible casi en su totalidad en un futuro no muy lejano.
El teletrabajo es un cambio de hábito positivo que se nos presenta como una posibilidad en estos tiempos, pero no es la única. Todos hemos manifestado en algún momento nuestra intención de modificar nuestro consumo hacia uno más armónico con el medio ambiente, pero siempre se presenta el factor tiempo como un limitante a hacer efectiva esta nueva forma de consumir. Sin embargo, la excusa del tiempo ya no funciona como tal en épocas de pandemia. Millones de ciudadanos se están ahorrando varias horas al día que perdían viajando hacia sus trabajos. Ese tiempo es una oportunidad, les permite hacer cosas para una mejor calidad de vida, dedicar más tiempo de familia, cocinar más y comer más sano, compartir más y hacer cosas que mejoren su vínculo con el planeta como hacer compost o armar una huerta.
En este contexto, ya no cabe poner excusas para dedicar unos minutos del día a separar nuestros residuos orgánicos de los reciclables (papel, cartón, metales, plástico y vidrio), en dos contenedores diferentes, para reducir nuestro impacto negativo y de paso facilitarle el trabajo a los organismos encargados del reciclaje y la reutilización de estos materiales.
Es importante destacar que, incluso en situaciones extraordinarias y alarmantes como la que nos toca vivir en la actualidad, podemos sacar conclusiones y experiencias positivas que nos pueden servir de guía hacia un mejor futuro. Y que el conflicto puede ser una oportunidad para generar el cambio que queremos ver a través de nuestro cambio de hábitos.
Ante el escenario que estamos viviendo, nosotros también nos adaptamos y creamos un nuevo formato para seguir conectados. En el mes de mayo seguimos profundizando este tema en el ciclo Green Talks que realizamos por Instagram Live.