Arquitectura y Sustentabilidad

La arquitectura tiene un impacto ambiental muy alto. Por sí solas, la construcción y la operación de las viviendas son responsables de aproximadamente el 40% de las emisiones de CO2 y del consumo de energías primarias. En el caso de países con menor nivel de industrialización y alta urbanización puede alcanzar hasta el 50% del consumo final de energía primaria.

El impacto ambiental está en todo su ciclo de vida: de la extracción de las materias primas para la construcción, el diseño del proyecto con la selección de los materiales que entrarán en la edificación, hasta el uso propio del edificio por parte de sus usuarios (empresas u hogares), hasta la destrucción y la disposición final de los residuos.

Más allá de esto, la arquitectura convencional está altamente vinculada a las energías fósiles, desde los procesos productivos de los materiales hasta el consumo energético que requiere el mantenimiento por el usuario de su espacio de trabajo o de vida. El agotamiento de los recursos no renovables como el petróleo lleva a repensar nuestro uso de la energía.

A nivel social, la situación no es mucho más alentadora, ya que para la construcción de un inmueble participan múltiples actores, tanto desde la constructora como los mismos proveedores de materiales. Condiciones de higiene y seguridad, horas trabajadas, trato humano,… son tantas cuestiones que vuelven a surgir por no cumplir en varias ocasiones los estándares fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Este contexto social y ambiental poco favorable es la razón por la cual se crearon desde años organismos nacionales e internacionales cuyos fines son la generación de soluciones eficientes y la difusión de prácticas más sustentables y adecuadas a los distintos actores de la cadena de valor. Podemos nombrar por ejemplo a la organización norteamericana Green Business Council que creó la norma LEED para edificios sostenibles.

Todos estos proyectos se apoyan en los principios de la arquitectura sustentable:

  • La consideración de las condiciones climáticas, hídricas y los ecosistemas del entorno en que se construyen los edificios, para obtener el máximo rendimiento con el menor impacto.
  • La eficacia y moderación en el uso de materiales de construcción, primando los de bajo contenido energético.
  • La reducción del consumo de energía para calefacción, refrigeración, iluminación y otros equipamientos, cubriendo el resto de la demanda con fuentes de energía renovables.
  • La minimización del balance energético global de la edificación, abarcando las fases de diseño, construcción, utilización y final de su vida útil.
  • El cumplimiento de los requisitos de confort térmico, salubridad, iluminación y habitabilidad de las edificaciones.

Para nombrar solo algunos proyectos –algunos más innovadores que otros– que salieron a la luz en estos últimos años, podemos citar los doble-vidrios, los pozos canadienses que captan la temperatura subterránea y la redirigen dentro del edificio, la lámpara de bajo consumo, los paneles solares y las paredes vegetales.

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