¿Cuántas veces hemos escuchado la frase: “Somos lo que comemos” y cuántas veces nos hemos detenido a indagar y comprender su verdadero significado? ¿Cuántos alimentos antaño saludables se han convertido en silenciosos enemigos? La disciplina de la nutrición no ha quedado exenta del constante flujo de información y muchas veces nos cuesta distinguir el mito de la realidad. ¿Cómo llevar adelante una vida saludable promoviendo la ingesta consciente de alimentos que no nos enfermen?
Los alimentos son la principal fuente de energía que consume nuestro cuerpo, son el combustible que nos permite realizar nuestras actividades diarias. Si la dieta que llevamos carece de los nutrientes esenciales para poner en funcionamiento nuestros motores internos, es lógico que nuestras capacidades físicas y cognitivas se vean afectadas. El cansancio crónico es uno de los tantos males que nos aquejan diariamente y sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a sentirnos desgastados y con poca energía. Comenzar a pensar qué lugar ocupa la alimentación en nuestra cotidianidad es el punto de partida para comenzar a llevar una vida más saludable que nos permita disfrutar y sentirnos plenos.
Las estadísticas indican que existe una correlación directa entre las costumbres alimenticias y el número creciente de enfermedades como la obesidad, diabetes, cardiopatías, distintos tipos de cáncer e incluso Parkinson y Alzheimer. Esto nos lleva a pensar que el problema es mucho más profundo de lo que creemos, dado que los hábitos alimenticios son un claro reflejo de la sociedad de la que emergen. Entonces, es fundamental un profundo cambio de consciencia que involucre tanto a los ciudadanos como a las organizaciones públicas y privadas.
Usualmente solemos darnos cuenta de que algo necesita cambiar en nuestras vidas a raíz de alguna situación límite. En el caso de la nutrición, esto sucede cuando nuestro cuerpo comienza a dar signos de agotamiento. ¿Por qué esperar a sentir molestias o enfermarnos cuando podemos prevenirlo? Si bien la transición puede no ser fácil, a medida que vamos sintiendo en carne propia los beneficios de una dieta más sana entendemos que el esfuerzo valió la pena.
Alimentarnos conscientemente nos permite tomarnos el tiempo necesario para entrar en contacto con las texturas, sabores y fragancias de los alimentos que ingerimos diariamente. Nos ayuda a planificar nuestras comidas de manera tal de evitar irregularidades que perjudiquen nuestro sistema digestivo y contribuye a incrementar nuestro bienestar general. Para ello, se recomienda conocer el grado de tolerancia que tiene nuestro organismo con respecto a ciertos alimentos, elegir aquellos que sean de origen orgánico o libre de pesticidas, optar por porciones pequeñas y comer sin prisa, masticando cada bocado con tranquilidad. La alimentación consciente contribuye, entonces, a alcanzar un equilibrio a nivel físico y emocional entendiendo, a su vez, el impacto que generan los alimentos a nivel ambiental. Con respecto a esto último, es importante resaltar que para procesar varios alimentos que consumimos diariamente se requieren grandes niveles de energía, recursos y altas emisiones de dióxido de carbono. En el caso de la agricultura, el uso de fertilizantes y agroquímicos degrada la calidad del suelo, el agua y el aire siendo, a su vez, nocivo para las personas que viven en el entorno.
“La alimentación es vida, y la vida no debe separarse de la naturaleza” dijo una vez Masanobu Fukuoka—agricultor, biólogo y filósofo japonés—para remarcar la importancia de reconectarnos con la riqueza de nuestra tierra, fuente de vida y energía. Alimentarnos de manera consciente no debería ser considerado una moda sino un regreso a nuestros orígenes: despegarnos de la vorágine del día a día, elegir cuidadosamente nuestros alimentos, entender que podemos marcar una diferencia aún dentro del sistema y recordar que la decisión de vivir mejor y en armonía con el medioambiente es absolutamente nuestra.
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